Cada diez minutos
Rosa María Martínez Nieto
Un pastelero, dibujando un mensaje de nata y chocolate sobre una tarta, es un dulce poeta escribiendo un verso.
Yo era feliz, vivía tranquila, bueno, tan sólo tenía que enfrentarme a los avatares propios de nuestro tiempo, pagarle a hacienda, pagar la ITV, pagar el IBI, pagar siempre el IVA.., lo que decía, pagarle a hacienda. Luego estaban las cosas de la vida que se estropean y que hay que arreglar, como el termo que explota, la lavadora que pierde agua, o la nevera que se le ha fundido el circuito. Todo el mundo sabe que cuando se estropea un pequeño electrodoméstico, los demás van detrás ¿por qué?, muy sencillo porque o los compraste todos al mismo tiempo cuando amueblaste la casa o porque ahora duran lo que duran, antes una nevera era para toda la vida y ahora tienen un circuito electrónico, que ¡ay como se te rompa!, al final la tienes que tirar porque el técnico, después de cobrarte una visita inicial te dirá que sustituir la plaquita es más caro que comprar una nueva. El verano pasado después de cambiar la nevera en plena ola de calor, se nos rompió también el ventilador. Como estaba en garantía lo llevé a la delegación de la casa oficial que dista ciento sesenta kilómetros de mi casa, tuve que esperar primero a que lo revisara el técnico, luego a que me trajeran uno nuevo y después ir a buscarlo. Total, trescientos veinte kilómetros y treinta días después de que se rompiera y llegó el final del verano ¿para qué quería entonces el ventilador? Decía Groucho Marx que cuando él era muy joven no podían ligar si no tenían coche. Como eran pobres se compraron uno entre todos los hermanos lo cual daba lugar a numerosos conflictos para poder turnarse el asiento de atrás; aunque lo peor era frenar, el coche eran tan viejo que no frenaba a tiempo. Ellos vivían en la calle 32 pero el coche no frenaba hasta la 35 y él se preguntaba ¿qué hacían en la calle 35 si allí no conocían a nadie? Eso mismo fue lo que yo me pregunté: ¿ahora que ha terminado el verano para qué quiero el ventilador? En fin, sigamos, ese verano también hubo que cambiar el colchón y por añadidura el somier…, bueno no hablemos de camas, antes si no tenías dinero te comprabas un somier y eso era la cama. Ahora el somier es de fibra de vidrio, más resistente pero a la vez más flexible, más duradero y más caro que el de láminas de madera porque si bien, las láminas eran lo mejor para depositar el peso de tu cuerpo que se te adaptaban y recogían, ahora es la fibra de vidrio; todo ello encaminado al mejor de los descansos y la reparación de los destrozos que le cargamos a nuestra espalda. El setenta por ciento de la población, dicen, sufre dolores de espalda, pero siempre que te compras un colchón y un somier piensas que a partir de ese día tus molestias desaparecerán. Por otra parte aunque todos sabemos que la espalda duele por adoptar una postura incorrecta, también es cierto que nadie se para a pensar en el por qué de esa incorrección. Por ejemplo, si estoy apesadumbrada porque he dejado que el peso del mundo (¡¡uf!!) caiga sobre mí, es probable que en pocos días recupere mi estado vital porque este pensamiento es fruto tan solo de un estado mental depresivo transitorio, pero la espalda me dolerá por el abatimiento al que la he sometido y después, recuperada de mi tristeza, ya no iré al Tristólogo, iré al Espaldólogo, que me recetará varias fotografías tóxicas para concluir en que tengo una rectificación en una vértebra que, lo más probable es que lleve conmigo toda la vida. Es curioso que la espalda sea la parte más fuerte y resistente del cuerpo y sea femenino su nombre.
Sigamos. Venía yo diciendo que era feliz sobrellevando que la niña trae el uniforme roto todos los días, que la señorita dice que no estudia, que su mejor amiga le ha sido infiel con otra, que quiere alisarse el pelo para siempre, y que su vida es muy dura porque estudiar es lo peor del mundo y algunas cosas más por el estilo. Por cierto, tengo que darle a los perros las pastillas antiparásitos, vacunarlos y pelarlos. Y se me ha terminado la loción de las durezas de los pies, la mascarilla hidratante revitalizante y de aporte luminoso, así como el peeling desincrustante, la crema nutritiva de noche, la renovadora de células muertas ¿…? Si, ya sé que parecen muchas tonterías juntas, pero ya no se estar sin mi Kit cosmético imprescindible, y también falta comida para los peces.
Repito, era feliz. Trabajaba en el ayuntamiento, era funcionaria y mi vida transcurría sin grandes sobresaltos, bueno a veces mi marido tenía un pequeño accidente. Mi marido es dentista y a veces le duele la espalda, esto no lo mencioné antes en la clasificación de dolores por no parecer pretenciosa pero es un factor de riesgo para la espalda ser dentista. Por supuesto tenemos una cama a todo confort, con un colchón de visco látex ¿…? Es blando a la par que duro, te recoge a la vez que te empuja hacia arriba, es hipoalergénico que es más que higiénico, es como casi todos los productos del “bien-estar”, productos estrellas inteligentes, reúnen características antónimas y sinónimas en un solo cuerpo, son lo más aunque de contínuo fabrican sustitutos que, levemente modificados son mejores aún, no sé como resistimos tanto confort. Como iba diciendo, mi marido a veces se queda como una alcayata, así todo rígido el pobrecito y siempre por un exceso de laboro, se lo tengo dicho, ¡Luis Alberto, no trabajes tanto que al final vamos a tener lo mismo! pero es que él quiere lo mejor para su familia, es un hombre muy sufrido, trabaja, trabaja y no habla. Yo le digo: tenemos que hablar, y él se preocupa. Esta es una frase rara, extraña, suena a presagio de ciclón o algo peor pero no la digo con mala intención, es que creo que a él le viene bien exteriorizar sus sentimientos. Ya sabemos que a los hombres les dicen que tienen que ser fuertes y nada más. Pero ellos tienen sus necesidades, a veces hasta tienen miedo, no podemos olvidar que son seres humanos. Lo de Luis Alberto suena un poco a telenovela ¿verdad? Es cierto, es argentino, dicen que como casi todos los dentistas o psiquiatras. Aunque en su familia son una saga de veterinarios. Por eso tuvo que ir al psiquiatra porque rompió la orden familiar del veterinariado. Pero no le fue bien, así que tuvo que ir a un psicoanalista que le obligaba a trabajar como un esclavo para poder pagar las sesiones. El médico le decía: “le espero mañana a las siete” y él pensaba ¿y como le pago yo a este?. Desde entonces viene mal con la espalda pero aprendió mucho, muchísimo. Yo a veces me pregunto si no será adivino. Y es que ir a un médico siempre implica tener que buscar otro.
Retomo, mi vida transcurría serena hasta que las fuerzas del orden público se declararon en huelga. En qué medida podía afectarme eso a mí se podría preguntar cualquier persona, pues muy fácil. Las fuerzas vivas, rabiosas porque no conseguían unos emolumentos que creían merecerse se dedicaron a poner multas. De manera que los escasos sitios donde siempre habíamos aparcado por la noche se convirtieron en motivo de denuncia. Por las mañanas empezamos a ver nuestros parabrisas con ese odioso y terrorífico papelito del que no te puedes librar ni aunque la multa sea por aparcar en un sitio prohibido por una señal inexistente. La gente normal no está pensando en invertir en multas, así que empezó a haber más tensión en el barrio. La gente conducía malhumorada y aumentaron los accidentes. Nosotros tuvimos dos, mi marido uno y yo otro. El mío fue leve aunque al otro coche le hice bastante pupita. El buen señor, conducía iracundo y muy deprisa, yo que no lo vi porque estaba muy estresada le di. En un principio uno se baja del coche y dice, ¡ay que suerte que no nos ha pasado nada, esto nos ha librado de algo peor, qué afortunados somos…!. Pero luego ya te vas enfriando y empiezas a pensar que quién me mandó aquel día coger el coche, que por qué tenía yo que ir a ver a la tutora de la niña cuando en realidad tenía que haber ido al médico de mi cabecera…, pero no tuve más remedio que anular esa cita, en fin, es un sinfín interminable de “isis “, y si, y si, y si.
Al margen de mi accidente la tensión continuaba. Aún no me había dado tiempo a repararlo cuando una mañana fui a por el coche y además de una nueva multa, me encontré con la windonilla rota, quiero decir ventanilla, (el spanglish a veces me juega estas pasadas). Total no me robaron nada porque nada llevo, ahora los coches lo tienen todo integrado; volvemos a la nevera, se rompe una cosa integrada y más te vale cambiar de coche. Llevé a arreglar el cristal y al día siguiente amaneció el coche de mi marido con otro cristal roto. A la semana siguiente le robaron los cuatro tapacubos, pero es que a la siguiente le robaron el guardabarros y la antena. Él también pensó en un principio que no pasaba nada, que mejor así, que eso nos habría librado de algo peor…, pero es que se estaba convirtiendo en algo insoportable.
La cosa no quedó aquí.
Las “windonillas” las volvieron a romper varias veces más. Parecía que los mismos que te arreglan el cristal tienen contratados mercenarios que por la noche te los rompen de nuevo.
La tensión crecía y sucedió lo inevitable. Mi marido tuvo un accidente. El más leve de su vida y sin embargo el más terrorífico. Su diagnóstico clínico fue “Esguince cervical”. En un principio nada grave, solo molesto, pero aquellos vértigos periféricos con giro de objetos lo sumieron en una crisis de angustia vital, le daban vueltas los coches, las ventanillas, los tapacubos, las antenas, las radios, los veterinarios, las dentaduras…, no podía estar solo, necesitaba a alguien que parara aquella marabunta. Empezó a tener síntomas de agorafobia con lo cual no quería salir de la casa, no podía estar sin bolsas de papel para la hiperventilación, no podía dormir, le sentaba mal la comida, todo un cortejo de síntomas que lo sumieron en una depresión una vez terminado el síndrome vertiginoso. Se vuelve a repetir lo que decía antes, tienes un accidente y vas al traumatólogo pero luego tienes que ir a internólogo porque tienes nauseas, al neurólogo porque estás ambivalente, al otorrinolaringólogo por si los vértigos son del oído interno y al final acabas en el psicólogo.
Ya no sé por donde iba, pero mi vida no era tan mala, lo que pasa es que entonces mi hijo mayor, que era un chico magnífico, inteligente, cultivado, guapo, brillante… tuvo aquel affair con la afroamericana. Una chica morena, bueno si, ya lo sé, negra. . Tenía muchos atributos pero todo eran carencias; carecía de medios, carecía de casa, carecía de trabajo, carecía de sinceridad, carecía de amor, carecía de estilo... Mi hijo, ya se sabe como son los jóvenes, perdió la cabeza por aquellos muslos pero el espejismo duró poco porque a la chica no le gustaba trabajar, y no quería entender ni atender. Ella sólo quería ser entendida y atendida
La placidez de mi vida se fue al traste por completo, de la preocupación por ser ecológica y no poner la lavadora más que lo necesario, combinar los alimentos de manera que la cena cubriese las necesidades del día o ponerle a los perros el collar antipulgas, cuidar de que en la casa no faltaran alimentos bióticos y probióticos, purificar el agua y santificar las fiestas pasé a que todo era un desastre.
Como mi marido vivía en una pura angustia yo estaba estresada, salir a la calle era caótico porque en cualquier parte te encontrabas un policía enconado por su propia huelga y al que le importaba un pimiento tu seguridad, lo que quería era machacarte. A los niños tuve que volver a acompañarlos a todas partes, los perros tenían ideas locas porque también se contagiaron de la tensión, murieron dos peces y el jazmín se secó, que esto si que fue para mí un mal presagio. Ese jazmín llevaba conmigo toda la vida y ahora había entregado su vida por nada.
Salí a la calle pensando en mi marido que lo había dejado meditando sobre su contractura, en el jazmín muerto, en mis dos peces ya cadáveres, en los delirios de mis perros, en mis hijos alterados, en mis coches destrozados, en el dinero que me estaba costando todo aquello, llevaba prisa porque me habían llamado del colegio para que recogiera a la niña que se sentía indispuesta, y tomé aquel tramo de calle que acababan de prohibir pero que me facilitaba tanto el trayecto Me salté aquella norma sabiendo que está prohibido no cumplir las normas. Mataba sapos y culebras en mi mente y de repente… un extraño. Había un extraño, vestido de policía municipal cotándome el paso. Aparecieron de pronto, eran dos, dos fuerzas del desorden público dispuestos a acabar conmigo. Uno de ellos me dio el alto y se acercó ordenándome que apagara el motor. Y empezamos con los “quesi”, que si este tramo está prohibido, que si hay que respetar las normas de tráfico, que si usted está infringiendo la norma número dieciveintinueve… Y yo pensando en su huelga, en su enconamiento, en sus multas injustas, en los cacos que me habían robado, desmembrado y acribillado mis coches y en lo que ellos estaban haciendo para evitar que eso siguiera ocurriendo, en los accidentes que habíamos tenido, en los trescientos euros que me estaba apuntando en la multa, cuando de pronto se volvió hacia mi el compañero y le vi la cara…, ay que yo conocía a aquel tipo, que era el sinvergüenza que le dio a mi marido el porrazo sin querer, dijo que había sido sin querer, ¿cómo iba a ser si no, queriendo?. Durante un buen rato me volví catatónica por miedo a acabar en el calabozo si soltaba por la boca todos los improperios que pugnaban por salir de ella.
Reanudé la marcha y llegué al colegio a buscar a la niña. La señorita siguió con su rancio discurso sobre lo indisciplinada y lo mala estudiante que es mi hija, demasiado nerviosa, demasiado afectiva, demasiado preguntona, demasiado demasiado. Ella no soporta que no se cumplan las normas. Me dieron ganas de ofrecerle una disertación acerca de su contradicción, de su negatividad y de lo mala persona que me parece. Todo esto lo puedo ir sobrellevando pero el colmo fue cuando vi, en la puerta del colegio, a su marido que venía a recogerla y que resulto ser, ni más ni menos, que el policía con el que me encontraba por tercera vez en la ciudad en tan poco tiempo. Era otro abanderado frígido-rígido de “las normas están para cumplirlas”. Es que hay cosas que es que no se pueden sobrellevar, tolerar, soportar ni aguantar. Es que hay cosas que le abren la puerta a esa primitiva que llevo dentro, ella quiere salir y yo la retengo pero a veces no veo claras las razones por las que no debería liberarla y dejar que se expresara a las claras.
Pero bueno, yo era feliz en mi Ayuntamiento, salvo por mi jefa inmediata, que era una persona insegura y desconfiada y sólo con darle los buenos días te miraba raro…, como si estuviera pensando ¿Buenos días, que habrá querido decir con eso de buenos días?, este era un tipo de actitud muy común en ella. Aunque por otra parte tengo que admitir que los seres humanos somos muy dados a creer que adivinamos el pensamiento de los demás. Fui a una conferencia sobre Coaching y aprendí dos cosas importantes ese día, una es que hay que evitar el pensamiento mágico, es decir, puedo imaginar lo que alguien está pensando, pero esto no quiere decir que sea cierto, y la otra es que no deberíamos dar consejos. Y habría que evitar darlos por dos razones, una porque generalmente no se cumplen y otra porque generan hostilidad, incluso podríamos conseguir que el otro haga justo lo contrario.
La primitiva y yo vamos juntas queramos o no, ella empuja y yo la contengo. De continuo está incordiándome con sus prejuicios y sus paranoias. La tengo a raya pero no la erradico. De vez en cuando tiene ideas locas y me acosa, entonces me doy a mí misma una bofetada y me grito: ¡cállate! Ya sé, van a pensar que parezco una loca, pero en serio que es una manera de mantenerme cuerda. Me pregunto dónde están los límites, porque en esta sociedad tan paranoica contener a la primitiva pero sin dejar de prestar atención a sus intuiciones es como llegar pero sin pasarse de la raya, bueno demasiado bla,bla,bla cuando esto se puede resumir un poco. Dicen los neurólogos y los científicos que nuestras neuronas tienen múltiples interconexiones y esas conexiones de conexiones aportan plasticidad al cerebro. Esa plasticidad creo yo que es el resumen de lo que antes trataba de explicar.
Continuará….
A los abuelos les dejó de funcionar el lavaplatos. Todo ocurrió de pronto mientras estaban en la cocina aplicándose mutuamente gotas en los oídos y los ojos. Mientras ella le aplicaba las gotas en el oído, a él le llamó la atención el brillo del suelo, cundió el pánico como siempre que hay desbordamientos, ellos temen al agua. Llamaron de inmediato al portero de la finca que lo único que pudo hacer, con sensato criterio, fue cerrar la llave de paso. Como era la hora del final del almuerzo no podían avisar a un fontanero así que llamaron a Luis Alberto (ellos piensan que un dentista, a fin de cuentas, es como un fontanero, instrumental más o menos). Luis Alberto fue para allá, examinó el aparato, le quitó el agua, lo vació, lo volvió a mirar y concluyó en que tenía que cambiar una pequeña rejilla que tiene en el desagüe anterior. ¿Qué será eso del desagüe anterior? Puestos en marcha hacia una ferretería creí entender que se trataba de una pieza que solo se vende dentro de un pack, es decir, que no se vende suelta. Diez ferreterías más tarde encontramos un reducto ferretero camino de la extinción, que le vendió una rejilla común para que él, con su habilidad odontológica la adaptara. Una vez realizada esa labor artesanal procedió a la instalación con los consiguientes retoques hasta conseguir un acoplamiento que no dejara pasar nada de agua y ya que estaba allí le comunicaron que el interruptor de la luz se había descolgado, una bombilla guiñaba, el tostador tampoco marchaba bien y la batidora había perdido potencia. Bien, con esa paciencia que caracteriza a un buen dentista fue arreglando cosa por cosa, hasta que se hizo de noche y tuve que rescatarlo para que se duchara y pudiese cenar y descansar. Al día siguiente era sábado, reanudó la labor reparadora hasta dejar lista toda la batería de cocina.
Mi Luis Alberto es un perfeccionista y eso se paga caro.
Ahora mismo, de pronto, siento la necesidad de contarles que hemos ido los dos juntos a ver a una médica de medicina china, si, nos van estos rollitos de primavera y hemos ido a una consulta conjunta porque como somos como un solo cuerpo nos vendrán bien las mismas cosas. Nos ha recetado glóbulos, gotas, cápsulas y cremas, eso si, a cada uno una cosa. Yo no sé si esto cura por su contenido o por el tiempo que tienes que dedicarle a tu persona cuando tienes que tomarte cinco gránulos de cinco cosas diferentes pero que no se pueden juntar entre sí y que conviene tomarlas con el estómago vacío. Me da la impresión de que si somos capaces de perseverar cada mañana, media mañana, medio día, media tarde, noche y hora de acostarse, con los globulitos, las gotitas y demás, nos curamos. Luis Alberto, ya lo he dicho, no solo quiere hacerlo todo bien sino que además se anticipa, con lo cual siempre está alerta, tiene una especie de alarma cerebral que a veces no desconecta ni dormido y cuando lo hace se despierta sin saber dónde está, se lleva un susto tremendo y piensa que se ha descuidado ¿Cómo hacerle entender que no es que pase nada malo si se relaja un poco sino que además sería bueno? Al menos ha comprendido que esto es así y que sería bueno intentar cambiarlo. Por mi parte, ¿qué he aprendido? Aprendo todos los días cosas que olvido al poco tiempo. Hoy, por ejemplo, he leído que aquello que nos atemoriza pierde su fuerza en cuanto dejamos de combatirlo. Me he quedado planchada y digo ¿pero si esto ya lo sabía? Lo sabes pero se te olvida de unos días para otros. Quiero dejar de combatir lo que me atemoriza, quiero dejar de combatir el miedo a la vejez, a la caída del cabello, a la enfermedad, a la soledad, a la flaccidez….
Hablando de flaccidez, no sé si lo he contado pero los sábados por la mañana voy a nadar. Me sienta muy bien, tonifica la musculatura y siento que me cuido. El agua está caliente y es agradable chapotear, lo malo es cuando hay mucha gente y vislumbro alguien nuevo buscando calle, entonces se me desata esa primitiva, que ya he presentado (aunque no estoy segura de si es presentable) y me lanzo a nadar de espaldas en requiebro paralelo y con un despliegue de energía que hasta yo misma me sorprendo, todo ello encaminado a espantar compañía. Y es que no quiero molestar y si hay otra persona en la misma calle molesta, porque nadando soy un poco irregular y me muevo mucho, quiero decir que no voy totalmente recta. Este es un truco que aprendí hace mucho tiempo leyendo a Carlos Castaneda. En su novela Una realidad aparte el brujo bueno está en peligro porque se tropieza con un jaguar, entonces él para desconcertarlo hace grandes aspavientos con brazos y pies, levantando mucho polvo y despliega grandes movimientos para hacer creer al jaguar que él es un gigante y así ahuyentarlo.
A mí me asusta mucho el agua, supongo que será porque de pequeña no sabía nadar. Ahora sé pero nunca nado fuera de la piscina cubierta, porque sin el gorro y las gafas reglamentarias no soy nada. Hace años, cuando estaba aprendiendo a nadar me decía mi instructor, no te ahogas por hundirte, te ahogas si permaneces demasiado tiempo bajo el agua. Una frase sin más podrían decir ustedes, pero a mi me sirvió. Por cierto, me acabo de a acordar de un pez que se encuentra a un amigo y le pregunta: ¿qué hace tu hijo? Nada, le responde el otro. Y otro, otro, le dice un amigo a otro: ¿oye tú no nadas nada? no, le contesta, es que no traje traje. Tonterías, ya lo sé.
Está llegando la Navidad.
Desde el último día que escribí hasta hoy ha llegado la navidad. Algunas veces pienso que el desencanto de la Navidad tiene que ver con los americanos. Cuando era pequeña y veía esas pelís que transcurrían en navidad aunque la pusieran un sábado de agosto, todo era fantástico. Esas casas tan bonitas iluminadas por fuera, cargadas de adornos navideños por dentro, un árbol inmenso, un abeto de verdad junto a la chimenea con sus calcetines de Noel y muchos regalos sin abrir a los pies del árbol. La madre hacía galletas de jengibre y ponche caliente en una cocina fantástica con un frigorífico enorme lleno de manjares, los niños tenían un dormitorio precioso con escritorio, juguetes, un edredón divino cubriendo la cama (yo no había tenido jamás un edredón), venían amigos a jugar (a mí no me dejaban meter a un niño en casa), eso sí que era una Navidad pensaba yo. Recuerdo un verano en que pusieron una película así y alimenté ese hasta diciembre, ya se pueden figurar. Total que llegó la hora de adornar el pisito y todo lo que conseguí fue un árbol raquítico de plástico verde, unas míseras tiras clásicas de espumillón verde y granate y unos poco adornos de tres al cuarto. Ni mi madre hizo galletas de jengibre ni sabía que era eso, tampoco hizo ponche, ni hubo edredón, ni amigos, ni chimenea, ni calcetín de Noel, ni luces, ni nada. Mi madre no hacía más que preguntarse de dónde habría yo sacado aquellas ideas tan raras sobre la Navidad. Mis abuelos siempre habían tocado la zambomba, la pandereta y rallado la botella de anís con una cuchara. Nuestros exclusivos y únicos dulces eran unos rosquillos de matalahúva, huevo y naranja que mi abuelo preparaba solo en esas fechas Como no los podíamos comer hasta la nochebuena, los colocaba dentro de una enorme cesta de mimbre encima del armario ropero fuera de nuestro alcance. Me estoy poniendo nostálgica lo sé, pero quería terminar de escribir esto, que los americanos tenían la culpa de nuestra decepción por la pobreza. Pero el caso es que a mí no me gustan ni el ponche, ni las galletas de jengibre, ni cortar un abeto…, a mí lo que me gusta es comprar una botella de anís La Castellana y hacer en familia los rosquillos de mi abuelo. Por cierto, esta tarde se lo voy a proponer a Luis Alberto
¿Se te ha caído un folio o es una impresión mía?
Conversación entre dos impresoras
Dejar de combatir lo que me atemoriza, desde luego vaya frase más rimbombante, ¿qué tontería es esta?. Acabo de leer un artículo de Carme Chaparro sobre… iba a decir sobre hormonas pero no sé si es verdad, quizás sea más acertado decir que trata sobre cómo piensa el hombre. Dicen que la oxitocina, también conocida como la hormona de la monogamia, es una sustancia que liberamos en nuestros momentos más efusivos, emocionales y también tras el orgasmo. Así que los científicos, que son muy trabajadores, se han puesto a experimentar con lobos, mejor dicho con lobas. Han probado a inhibirle la oxitocina a lobas y ellas han dejado de tener pareja estable. De manera que siguen copulando –en eso insisten mucho los científicos- pero no se “encaprichan” de ningún lobo en concreto, están dispuestas para todos. No sé si es para reír o llorar cuando pienso en esa gran mayoría de hombres que aún no saben distinguir entre el punto “Ge” o el clítoris porque tienen dudas acerca de, si acaso, alguno de ellos es un mito, o si lo que pasa es que no existe ninguno de los dos. Debe ser por algo de esto cuando Woody Allen no se explica por qué si el sexo alivia la tensión el amor la genera.
Las Navidades se presentaron agitadas, bueno, no sé ni agitadas o movidas, como prefería el Martini James Bond, pero vaya cóctel entre regalos, suspensos, premios, castigos, indigestiones, virus, familiares que arruinan las fiestas… en fin mi espíritu navideño va hasta el infinito y más allá. Fuimos a la “new catedral”, quiero decir centro comercial a por las últimas compras. Yo no sabía como hacer para comprarle a Luis Alberto un regalo sin que él se diera cuenta. Cómo fuimos directos a la tienda de informática le dije que mientras él miraba allí con tranquilidad yo me acercaría a recoger una cosilla. Bien, bueno, vale, de acuerdo. Esto me contestó. Si él me dice a mí que va a recoger una cosilla mientras ojeo los libros, yo de inmediato le diría: ¿qué vas a dónde? ¿a recoger qué? ¿cuándo lo encargaste?, una pesada ya lo sé. Los hombres van a comprar una cosa en concreto, las mujeres hemos fantaseado, ideado e imaginado un conjunto con el mismo color pero en distintos tonos, desde los regalos ideales a quien van dirigidos, una barra de labios voluminizadora de color y brillos perfectos, unas botas tan ideales que tengan tacón pero sin cansar, que abriguen pero no den calor, elegantes pero informales y de un color Camel irresistible, un serum tanto para pelo húmedo como seco que hidrate sin engrasar, que aporte volumen sin rizar, que ondule sin encrespar, un sujetador que sea…, ¿por qué el sujetador no tendrá un nombre propio en vez de un verbo?, en inglés es bra diminutivo de brassier; ¿qué suena mejor?: “no te pongas hoy el bra”, “quítate el sujetador” o “gracias por regalarme este bra de encajes”. Bien, bueno, vale de acuerdo. Me fui a la perfumería y pregunté por una loción para la barba de Luis Alberto, que tuve que ir explicando de una empleada a otra que no quería algo para después del afeitado, que lo que buscaba era una loción para un hombre que tiene barba que no se afeita, con pelo en la cara tuve que llegar a decir. En conclusión, no encontré nada salvo unos aceites esenciales de bambú que valían su marca y además no olían a nada. Compré una crema súper-extra-alisante-rejuvenecedora-hidratante de Aloe Vera.
La noche de reyes cuando ya estábamos en la cama me dice Luis Alberto: ¡chata, que se nos ha olvidado ponerle agua a los camellos! No podía dejar de reír. Por cierto, uno de los regalos que me dejaron no me venía bien pero como los reyes son tan apañados me adjuntaron el tíque de compra, así que lo descambié. Eso sí, tras diversas vicisitudes de tallas, confusiones y largas colas al final elegí una escoba (pichanga en Colombia) moderna, de diseño diría yo, más que una escoba parece un Apolo. Cuando la tenía en casa me pregunté a mí misma la razón por la que habría decidido traerme una escoba. Sé que es difícil de creer pero en mitad de la noche me desperté y vi la luz, iba a barrer todo lo que no me gusta tener. Tenemos demasiadas cosas inútiles en los cajones, armarios y repisas pero no sólo de la casa también, de igual modo se reproducen en la mente. Vi en la red un vídeo de un hombre afirmando que las cabezas las tenemos llenas de cajas, las mujeres muchas y variadas, la caja de la familia, la del trabajo, la de los sentimientos, la de la ropa, la de los cosméticos, etcétera…, los hombres tiene dos, en una está todo y con la otra se divierten. Es decir, abren la otra y ven un partido de fútbol, un documental, juegan... Las mujeres solemos preguntarles a ellos ¿en qué estás pensando?: en nada. Eso no es posible, pensamos. Pues sí, lo es, abren la otra caja y están tranquilos, a gusto, disfrutan de lo que hacen en ese momento y ya está. Las chicas no somos así. A mí esta metáfora de las cajas me encanta, aunque yo las llamo carpetas, debe ser una deformación laboral. Las mujeres tenemos infinitas subcarpetas. Está por ejemplo la carpeta familia pero llena de subcarpetas, la de la madre, la suegra, el marido, un hijo, otro hijo, hermanos, tíos, cuñados, sobrinos y primos. Si hay divorcios e hijos de distintos maridos ampliamos, hay más suegros, cuñados…, hasta el infinito y más allá. Estas “subs” tienen un enlace con los archivos fijos-discontinuos. Son fijos porque ahí ya están conclusiones definitivas pero al mismo tiempo son discontinuos porque a veces tenemos que incorporar remodelaciones. Si un amigo te da una puñalada trapera (no se espanten que estas cosas a veces pasan) no te queda otra opción que remodelar el fijo y añadir un segmento discontinuo en la sub-hermano-equis. Cuando la herida se cierre tendrás que remodelar de nuevo. Ya lo sé, demasiadas subcarpetas, qué quieren que haga, yo no lo he inventado.
Mi amiga Ada no puede soportar que su marido le diga, de broma, cosas del tipo “menos mal que ya has aprendido a hacer bien eso que te he enseñado yo”, la pone de los nervios. Cocina muy bien, una de sus comidas estrella es el arroz al limón, el arroz favorito de su hijo. Y uno de sus postres especiales es la tarta Momo, un pastel de mousse de chocolate con forma de tortuga; lo llama así como homenaje a Momo, ese cuento de Michael Ende que habla de que cuando “perdemos el tiempo” en realidad lo ganamos. Ella es una persona muy sensible. Aunque su nombre original es Inmaculada ella dice que es mucho peso para llevar a cuestas eso de ser inmaculada, así que la llamamos Ada, que se parece mucho más a su personalidad. Si le ponemos una hache delante se convierte en un hada, y sin hache también es una chica mágica. Hace mucho tiempo que viene diciendo que aunque su casa es grande no tiene un espacio propio. Yo le regalé “Una habitación propia”” de Virginia Woolf, más que nada porque es un libro corto, muchas páginas de lo que sea me agobian, así que esos mismos agobios los traslado a los demás y cuando quiero hacer un regalo me planteo estas cosas para saber lo que debo comprar. El caso es que ella, poco a poco, como el que se pone a esculpir un trozo de mármol ha ido descubriendo su espacio y ya tiene su propia habitación. Tiene una cuñada entrañable que le ha puesto nombre a su cuarto: “ An ca’Ada” (A casa de Ada).
Tenemos otra amiga común, Begoña, que es muy elegante y pinturera, tampoco la llamamos Begoña sino Tita, de Begoñita. Las dos tienen mucho sentido del humor aunque creen que no, quizás por eso son aún más divertidas. Tita se pone muy seria, es más que seria pero con cualquier cosa le puedes hacer reír, eso para mí es tener sentido del humor. Además tiene otra cosa muy buena, le sale deliciosa la fideuá, ella es así, lo mismo te poda el jardín, que pinta una reja o te guisa un conejo. Tiene la mejor colección de pañuelos para el cuello del mundo. Además de organizada es ordenada. Ella no se compra la ropa a tontas y a locas, si elige un jersey o una camisa es para combinarla con un pantalón y así siempre tiene conjuntos de ropas. Entre sus muchas virtudes una especial, le hables de lo que le hables, ella siempre te sugerirá algo de gran sentido común y el sentido común es un bien escaso y muy necesario, por eso es una amiga de las que puedes dar gracias por tener cerca. Ada, en cambio, es especialista en consultas extravagantes, nunca se espanta ni asusta, por eso mismo, es maravilloso preguntarle lo que sea, siempre te tranquiliza, le puedes decir que si le parece mal que te guste fantasear con Chuck Norris y ella te mirará por encima de esas graciosas gafas de colores que usa para leer y te dirá: “…si a ti te gusta ¿por qué no?”. Le gusta el bricolage, es capaz de fabricar una cama desmontable para la casa del pueblo porque no tiene como llevar una que ha visto en Ikea. Yo le dije: Ada, ¿te vas a meter en ese jaleo por no ponerle una vaca al coche? Y dice Ada: no sé si hacer un somier o arrearle a Sebas con la vaca. Sebas es su marido y es un gran tipo, por eso están juntos, son un complemento directo, pero es que a él no le gustan los coches ni las vacas de los coches. Él explica muy bien el rollo este que yo cuento de las subcarpetas. Salen de compras pero para comprar exclusivamente un abrigo y Ada va mirando la ropa en general, que si mira que mona esta camisa, este pantalón te quedaría bien, aquella camiseta está rebajada… pero él no mira nada, él ha salido con la subcarpeta abrigo y así se lo dice a ella, hemos venido a por un abrigo, pues sólo en eso puedo pensar. Estas cosas es que son así y no se pueden evitar. O tal vez todo lo contrario, yo que sé.
Como iba diciendo antes, quiero barrer. En un curso de sofrología que hice hace mucho tiempo el maestro nos animaba a barrer la mente de pensamientos para alcanzar la meditación Zen. Me imaginaba a mí misma escoba en mano sobre un suelo limpio realizando un barrido improductivo como dicen de la tos seca Antes creía que meditar era reflexionar sobre algo, siempre se ha dicho: “voy a meditar” cuando se trataba de tomar una decisión. Pues no es así, repito, yo no me lo he inventado, es que la meditación Zen es así. De manera coloquial siempre se dice voy a consultar con la almohada, esta es una meditación tradicional como la siesta, te duermes y mañana será otro día, pero esto ya son otras cosas.
En diversas encuestas realizadas en el mundo en 2001, miles de personas se declararon seguidores de la religión Jedy. El impacto de la saga “La guerra de las galaxias” ha sido arrebatador: ¡Que la fuerza te acompañe!, “Luke yo soy tu padre”, “No te dejes atrapar por el lado oscuro”, son, queramos o no, expresiones cotidianas que además sirven para definir situaciones tanto específicas como ambiguas. No puedo evitar comparar este fenómeno al de Chiquito de la Calzada. Cuanto le debemos a ese hombre, cuantas veces mandarías a freír espárragos a personas a las que no puedes de ninguna manera mandar a poner en aceite caliente a esos familiares de las liliáceas, pese a que sean yemas tiernas y deliciosas de arbustos enmarañados y ariscos. Le llamas graciosamente “pecador de la pradera” y aquí no ha pasado nada. El fistro sexual, ni el procesador de texto me permita escribir fistro, lo rectifica por defecto. Otra manera divertida de contestar, eludir o criticar. “Ese hombre que nació después de los dolores”, es divertido, antes teníamos que decir cosas como “vaya tío”, “que calzonazos”, “que pesado”, “es insoportable” y así hasta el infinito y mucho más. Ahora dices “eres un fistro duodenar”, “no puedor”, “hasta luego Lucas” “la maté en agosto, la caló apretaba” y no pasa nada, todo el mundo ríe. Hasta luego.
Tenemos una niña en plena crisis adolescente. Nos odia. Ha pasado de adorarnos por completo a odiarnos… hasta el infinito y más allá. Perdonen que repita esta frase del genial Buzz Lightyear pero es que es como el “fistro” de Chiquito, de humor y de romper mínimos esquemas mentales no te cansas nunca. Tanto Luis Alberto como yo alternamos episodios de rabia, impotencia, frustración, llanto, dolor… ¿qué quieren? Somos dos criaturas con las que no tuvieron contemplaciones por tanto no sabemos tener eso que llaman “mano dura” ¿Cómo se consigue una mano dura? No sé, yo que sé. El caso es que somos como dos niños desamparados en cuanto a “mano dura” se refiere así que fuimos a consultar con un psicólogo. El psicólogo, que es como la voz de tu conciencia, nos dijo, a media voz, que no nos faltaba “mano dura” que lo que nos faltaba era “mano izquierda”, que tenemos que usar como armas-herramientas propias de padres la culpa y la indiferencia. Bueno, bueno, bueno, yo no podía creer lo que estaba oyendo. En “El hotel de los líos” de Groucho Marx hay una escena en la que Marilyn Monroe hace de espía y le dice: ¿quiere que vayamos a mi habitación?, Groucho se queda boquiabierto, apenas sujeta el puro y añade: “si no fuera porque lo estoy oyendo juraría que lo había dicho yo”. Esta escena fue la que acudió a mi mente mientras escuchaba esa “voz” que hablaba de la mano izquierda. En realidad era algo cómico pensar que siempre había considerado una virtud no ser manipuladora ni chantajista y ahora me estaban explicando que era al revés, poco más o menos, que eso de los ideales está muy bien, pero que hay que saber nadar y guardar la ropa. Y yo pensando en la pureza del espíritu y en la bondad. Salí de allí traumatizada y de nuevo apareció una escena en mi mente, esta vez fue una película titulada “Pasos de bebé”, es la historia de un psiquiatra que ha escrito un libro-guía para síntomas maniaco-depresivos-obsesivos. Por esas casualidades que no son tales, empieza a tratar a un paciente muy neurótico que se le queda ”colgado”; invade su vida, su familia y acaba dándole un síncope catatónico porque no puede soportar lo que le está pasando. Así estaba empezando a sentirme yo después de oír la “voz”. Nos fuimos directamente al bar: “dos cañas dobles, por favor” pidió Luis Alberto y el camarero, tan amable, dijo: ¿doble de alcohol o doble de cerveza? Y entonces nos dio por reír y todo nos hacía gracia, como si hubiésemos tomado un ácido o lo que sea. Con las dos primeras cervezas nos trajo un platillo de kikos, esto también infló el ataque de risa porque yo me acordé de un reportaje que había leído sobre unos cristianos que siguen a un líder que se llama Kiko y son “Los Kikos” y sin entrar en cuestiones religiosas, era muy gracioso estar comiéndonos “los kikos”. Después se acercó un joven a la barra y me preguntó si me podía “correr para allá”, yo, que en ese momento tenía la boca llena de cerveza, lo solté todo en una carcajada incontenible, girándome hacia el suelo lo más rápido que pude con tan buena suerte que solo le escupí de manera involuntaria a un mini-perro que llevaba una señora. Ay la señora cuando se percató de que unas gotas salidas de mi boca habían ido a parar a los pelillos de su Reyna, empezó a hablar en “osea” y no me hizo falta la caña doble, es que todo lo que pasaba lo convertíamos en risa espontánea y curativa. Lo dice Woody Allen, toda situación por dramática que sea tiene un punto cómico que si eres capaz de atraparlo estás salvado. Salimos Luis Alberto y yo de aquella “cañería”, a él no le gusta que llame así a la cervecería pero si venden cerveza le decimos cervecería y si la ración de cerveza se llama caña, ¿por qué no puedo yo decir cañería”?, salimos como iba diciendo, despachurrados de tanto reír pero contentos.
Una joven amiga, de gran corazón, me ha regalado una novela de Alex Rovira y Francesc Miralles titulada “La última respuesta”. En ella cuentan que en la década de 1990 un grupo de neurocardiólogos había descubierto un cerebro alternativo en el corazón, formado por cuarenta mil células nerviosas, además de una compleja red de neuroreceptores que capacitan nuestro órgano vital para aprender, recordar y reaccionar ante cualquier estímulo vital. Esto explicaría por qué en el feto de los seres humanos se desarrolla el corazón antes que el cerebro racional. Otra prueba de su poder es el campo electromagnético que genera: se ha demostrado que es cinco mil veces más potente que el campo emitido por el cerebro. Los cambios eléctricos que se producen en el corazón en función de lo que sentimos se pueden medir a tres metros de distancia. Y por último, de todos los órganos vitales es el corazón el único que no está expuesto a padecer cáncer. También dicen en este libro que el amor es la fuerza más poderosa que existe, porque no tiene límites, todo lo puede.
Esta amiga mía sufre del corazón, sufre mucho porque no sabe como librarse de un dolor, de un daño recibido hace tiempo que lo trae al presente una y otra vez. Este daño lo ha traducido su cerebro en enfermedad porque al cerebro es que le pasan estas cosas, que necesita un camino para equilibrar lo que no puede soportar, y como ya ven ustedes por el estudio de los neurocardiólogos, el corazón no es el que enferma. Ella lleva con gran dignidad esta derivación que le la hecho su corazón y me ha enseñado grandes cosas con su comportamiento, una de ellas es que no vive ni de ni en la queja. Por cierto, hablando de amor, tiene una maravillosa familia a la que deleita con una de sus especialidades, el bizcocho de canela, su bizcocho sacia con una pequeña cantidad porque a la masa nunca se olvida de añadirle un poquito de amor.
Hoy hemos ido a comer a una pizzería. ¿Me creerían si les digo que allí no olía a pasta ni a tomate, ni a queso ni a pizza, que allí olía a estrés?, pues así era. “Tráigame una pizza cuatro quesos…” y antes de terminar de decir queso ya se ha dado media vuelta el camarero, entonces tengo que salir corriendo detrás de él para decirle, perdón es que quiero pedirle algo más, ¿sí, qué?, pues que esté muy hecha la pizza y también que me traiga agua con gas. Antes de terminar de decir gas ya se ha está marchando otra vez. Lo dejo ir otra vez y espero a que traiga la ensalada, la pizza y la pasta. Como no nos trae queso rallado para acompañar la comida, me levanto tras un rato mirando cómo los camareros van y vienen con tanta prisa que es imposible pedir. Me levanto a pedir, el agua otra vez, me levanto a pedir el queso, me levanto a por unos grissines, me levanto a por otra cerveza y finalmente le digo a la camarera, vosotros no tenéis estrés tenéis escuatro. Ella se ríe y yo me siento mejor.
Aprovecho esta observación de un estrés en el que no he participado para valorar mi propio nivel y me lanzo a releer un libro que tengo hace mucho tiempo “Estrés” de Mina Michal. Hace referencia a una cita de Shakespeare: “Las cosas rara vez son buenas o malas en sí mismas; es nuestra mente la que las hace así”. Dice la Dra. Mina Michal que la capacidad humana de recordar el pasado e imaginar el futuro es increíble. Podemos revivir recuerdos desagradables, imaginar una situación amenazante o temer lo peor en el momento presente. Nada de ello es real, no está sucediendo, sin embargo, el cuerpo no distingue entre un suceso real y otro imaginario, así que se prepara para lo peor.
¿Recuerdan?: yo era feliz, vivía tranquila… La vida transcurre cada diez minutos, de vez en cuando somos muy desgraciados, pero la experiencia nos dice que con un poco de paciencia a los diez minutos siguientes seremos de nuevo felices. Es como la rabia, la ira o el hambre, si esperas un poco antes de hacer o decir algo de lo que después seguro que te vas a arrepentir, se te pasa. Hagan la prueba, funciona y eso que esto no es un manual de autoayuda.
Luis Alberto y yo hemos pensado que ha llegado el momento de irnos de vacaciones, ¿a dónde? en eso estamos. Prometo contarlo a la vuelta.
Cada diez minutos.
Ester, Pablo y Justo, por su amor.